sábado, 11 de agosto de 2012

N° 5 CRONICA DE PALCA: "EL CICLON DE LIMA" FERNANDO ROCA REY DA LA UNICA VUELTA AL RUEDO

Paseo de cuadrillas, domingo 5 de agosto de 2012

Escribe Jaime de Rivero

En el corazón de la cordillera peruana y rodeada de montañas que agrupadas forman un precioso corredor hacia la selva amazónica, está situada la taurina ciudad de Palca.  Pertenece a la provincia de Tarma que en tiempos coloniales cobijó a los ejércitos españoles que custodiaban este estrecho acceso a los andes, siempre en alerta ante cualquier sublevación del oriente, como aquella liderada por Juan Santos Atahualpa en el s. XVIII.

El establecimiento de cuadras de caballos entrenados para la batalla, debió favorecer la difusión de la tauromaquia en estos territorios.  Desde aquellas épocas, Palca, Tarma, Acobamba, Huasa Huasi y muchas otras poblaciones cercanas han cultivado esta tradición que es distintiva de nuestra identidad, que conjuga lo andino con lo ibérico. A mitad del siglo pasado, el infortunio y la fe convirtieron a Santo Domingo de Guzmán en el Patrón de este distrito, que desde entonces lo celebra con la lidia de astados.   

La plaza de toros de Palca se encuentra asentada en una pequeña llanura a la entrada a la ciudad, a pocos pasos del rio Tarma y la autopista que conduce a Lima. Es un edificio sencillo, de planta circular a base de concreto, con cuartos privados al nivel del ruedo y, sobre ellos, una gradería de doce filas cubierta por un tejado que reposa sobre la arquería de madera. La línea arquitectónica del viejo coso de Acho tuvo notoria influencia en el diseño de esta plaza, al igual que en otras anteriores como la “Juan Belmonte” de Tarma o aquella de la ciudad de Cuzco, ambas demolidas hace ya varias décadas. El coso es relativamente joven. Una placa colocada al ingreso del patio de cuadrillas recuerda que la inauguración tuvo lugar en 1964, acontecimiento que fue apadrinado por José Antonio Dapelo, ganadero de Las Salinas.

El pasado 5 de agosto, con los tendidos llenos y bajo los acordes de la banda de Cora-Cora, recorrió este atractivo albero la terna encabezada por Vicente Barrera, vestido de blanco y azabache, Fernando Roca Rey de verde y oro y Jairo Miguel de corinto y oro.

El encierro de La Viña que hoy pertenece a Aníbal Vázquez, estuvo bien presentado pero defraudó por su mansedumbre. El acusado defecto los acompañó hasta la muerte -en todos los casos- al abrigo de la barrera. Pero sobre todo, a la corrida le faltó fuerza. Si hubiesen tenido “motor”, habrían dado buen juego, pues todos embistieron con nobleza y la mayoría humillando ante las telas. El ganadero debe subir la chispa a estos toros. Casta tiene pero debe superar estos deméritos. Es claro ejemplo de lo que ocurre cuando el esfuerzo se concentra en la nobleza que le acomoda a los toreros, descuidando el poder y la emoción que debe trasmitir el toro de lidia. El peligro es el pilar que cautiva al aficionado, quien es el que sostiene a la fiesta.

El valenciano, quien ahora hace campaña en el interior, no tuvo suerte con su lote. El primero era tardo y probón, siempre aguardando con fijeza para acometer sobre seguro. Condición que sumada a la mansedumbre, complicó su lidia. La buena vara de César Caro no alteró su juego y los de plata pasaron apuros para cumplir su tarea. El diestro se avocó a la obra y a pesar de las serias complicaciones, supo cubrir la papeleta. Destacó en varios pasajes, especialmente en los muletazos a pies juntos y las manoletinas finales. Culminó en dos tiempos, llevándose una merecida ovación.

La poca fuerza del cuarto ocultó su buena embestida.  Se enceló en el caballo, recibiendo tanto castigo que quedó casi inválido. Barrera lo cuidó llevándolo a media altura, pero el astado era soso y se desentendía a la mitad del viaje para buscar las tablas. Mató de dos intentos y recibió otra ovación.

El primero de Roca Rey fue un manso de solemnidad que apareció andando para buscar el rincón más alejado en donde nada pudiera molestarle. La huida fue el signo constante, a pesar que mejoró con la vara de Ángelo Caro, luego intentarlo por todo el redondel. Roca Rey hizo más de lo que era exigible, pero sus intentos naufragaron por el irremediable defecto.

Conviene recordar que la suerte de varas es indispensable para hacer embestir a esta clase de mansos. En estos casos, las reglas del primer tercio quedan subordinadas al objetivo esencial: picar al toro. Sumados tres intentos detrás de las líneas concéntricas, el caballista puede picar en cualquier lugar del redondel.

El quinto tenía clase y por eso lo cuidó de salida. Con un picotazo quedó listo para el segundo tercio, en el que el propio diestro se lució colocando garapullos. Seguidamente, brindó la muerte al Sr. Antonio Pecho, responsable del festejo. 

El valor de Roca Rey no admite dudas. De eso anda sobrado y lo demostró al iniciar de rodillas, citando en corto a un burel que tenía poca fuerza. La emoción inundó los tendidos que respondieron con el grito de “Perú – Perú”.  La faena la estructuró aprovechando el buen pitón derecho, ligando los pases y rematando con cambiados.  Perdió las orejas con un espadazo baja. 

Jairo Miguel es un buen torero de finas maneras que se gusta mucho al torear, tanto en lo fundamental como en los adornos. Su toreo a la verónica es lento, suave y reposado. Pero su mayor virtud es el temple, clave esencial del toreo moderno con el que se puede a los toros, como a estos de La Viña,  que había que tirar de ellos.

Toreó con temple y suavidad al tercero que, como sus hermanos, tenía poca fuerza. Y por eso, las series fueron de tres pases y el remate, todo a media altura y con la muleta retrasada. Así logró los mejores muletazos por derechazos y naturales, algunos bajándole la mano. Perdió los premios por alargar demasiado el trasteo.  Por eso le fue tan difícil colocarlo para la suerte final. Pincho abajo para luego dejar una rinconera que lo hizo doblar. 
 
Con la noche encima, el apuro lo llevó al toreo accesorio, para de ese modo tentar una oreja que sería suficiente para erigirse en triunfador. La penumbra frustró sus ilusiones, fallando con la espada, al igual que sus alternantes.

Al despedirse la terna, una multitud rodeó a Fernando Roca Rey para acompañarlo en una bulliciosa salida. Es gratificante que el Perú tenga un torero que cautive el interés popular.  Fernando es ídolo indiscutible en las provincias. La cátedra conservadora podrá discrepar de su estilo como de sus apariciones mediáticas, pero jamás podrá negarle ese espíritu infatigable que ha derramado por todo el Perú, fortaleciendo la fiesta en su conjunto. 

Frontis de la plaza de toros Palca

Vista desde el puente y en el cerro, el tendido de los sastres

El pueblo llega a su plaza

El Ciclón de Lima en emocionante inicio de faena


2 comentarios:

  1. Muy bonita crónica sobre la corrida de Palca, su historia y su plaza con la que complementas la informacion. La otrora legendaria ganadería de La Viña, o el hierro que ahoran usa a nombre de, necesita refrescar por lo que he leido en otroas noticias. Problema de casi todas las ganaderías comerciales con el maldtio toro noble. Porlo que supe fue mucha gente de Lima a Palca y Sicaya, Saludos

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  2. Felicitaciones Jaime por esta buena crónica.

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