“TOROS, PÚBLICO Y AFICIÓN”
o "TOROS PARA UN PÚBLICO SIN AFICIÓN"
El sevillano Borja Jiménez sale a hombros de Acho en la
tercera corrida de abono. Perera cortó una oreja en tarde interesante y
entretenida con toros encastados de Núñez del Cuvillo.
Escribe Jaime de Rivero
Mucho público, poca afición. En
los toros, el respetable no es un simple espectador, ya que posee facultades y
las emplea durante cada lidia. Ejerce con voz y voto, a diferencia de cualquier
otro espectáculo o deporte. Por tanto, su responsabilidad es mayor, pues interviene
hasta en el resultado final. Sabia forma
ancestral de preservar la integridad de este rito lleno de preceptos, costumbres
y simbolismos que son su esencia y contenido.
Pero no todo el público es
aficionado, para serlo no basta un puro y una bota; la verdadera afición se
cultiva, en un aprendizaje constante que toma tiempo y dedicación. No es para
todos, y hoy, faltan aficionados que realmente conozcan el ritual en su
conjunto. El público de Acho ganó
prestigio, porque a diferencia de otros lugares, el toreo práctico estaba muy
difundido entre los limeños de antaño y se tenía gran cantidad de conocedores
en los tendidos. Pero esto dejó de ser así.
El domingo casi no hubo
aficionados en el público, al menos no en número suficiente para hacerse sentir.
Jamás en Acho un bajonazo fue premiado, ni se protestó a quien lidiaba por
abajo como Miguel Ángel Perera y otros sinsentidos impropios de su solera. Siempre,
junto a ese público festivalero, hubo aficionados en los tendidos que ejercían sus
derechos con conocimiento y enseñando a otros con el ejemplo.
La crisis de afición abarca a todos los estamentos. El domingo, dos matadores erraron en el brindis, lanzándole la montera de
espaldas a las damas, cuando lo correcto era entregárselas de frente. También entre los subalternos que, sin dignidad ni vergüenza, presionan por trofeos como
nuevamente ocurrió en el ruedo. Si ellos no cuidan la tradición, no hay como
preservarla. Sin afición, tampoco.
No pretendo una plaza colmada de
aficionados, ello sería insoportable. Ni fungir de purista que critica todo
para adquirir falso y fácil prestigio. Por el contrario, hace unos años
publiqué una investigación que demostraba que en Acho, al igual que en España,
en todas las épocas desde hace 150 años, ha existido agoreros que denuncian la
ignorancia del público. Cierto o no, en cada momento hubo el contrapeso de los aficionados
que balanceaban las fuerzas y mantenían el equilibrio y la identidad de las
plazas. Esto es lo que hoy está faltando.
La corrida de Núñez del Cuvillo,
completada con uno de Sancho Dávila (2°) fue muy interesante por su juego y
bravura, al menos para esa facción de aficionados que analizamos al toro para
valorar al torero, que es el orden natural para formar un juicio justo. Los
toros cumplieron en edad y presentación a pesar que a algunos le faltó más remate.
La corrida fue encastada, embistió y humilló, pero sobre todo hubo mucho que
torear, destacando por su bravura el 1°, 4° y 5°.
El primero de la tarde, con el que Borja
Jiménez confirmó alternativa, cosa impropia en Acho, fue bravo, noble y
repetidor, a pesar que le costó fijarse de salida. La primera vara la tomó al
relance y en la segunda empujó la cabalgadura.
El sevillano inició en tablas hacia los
medios con series de derechazos cada vez más ligadas por abajo, aprovechando
que el toro humillaba con recorrido. Estuvo firme con la muleta, tirando cuando
había que hacerlo y aguantando cuando el animal se lo pensaba. Por
naturales no tuvo similar intensidad. Buena faena por el pitón potable,
pero con enganchones y desarmes, que debió tener mayor fuste porque aquel toro
merecía más. Gran estocada, le dan una oreja con fuerte petición de la
segunda que desemboca en una bronca contra el juez.
Si con este Borja estuvo lidiador, con el
sexto estuvo efectista. El burraco tenía poder, pero se ceñía por ambos lados desde
las verónicas y chicuelinas de recibo. Tras el caballo y las banderillas,
llegó a la muleta calamocheando. Borja lo llevó al tercio en donde le cuajó una
buena serie de derechazos, bajándole la mano y con el toque fuerte para hacerlo
pasar dejando lo suyo en cada embestida. Firme, poderoso y valiente ante
los derrotes, pero cuando notó que el astado le exigía más entrega y valor,
optó por lo más fácil. Se lo llevó al público de sol para el toreo de cercanías y el adorno. No hubo ni un pase templado por abajo.
Labor inconclusa que remató bien con la espada, aguantando o en la suerte de aguantar, de efectos
inmediatos. Pañuelos del público en fiesta y una oreja benevolente que fue muy
protestada.
El segundo, de Sancho Dávila, para Miguel Ángel
Perera, no fue franco ni tuvo entrega, siempre acudió defendiéndose más que
atacando. Lo ratificó en banderillas, esperando a los de a pie. En la muleta no
tuvo mayor recorrido y se revolvía para repetir. El extremeño acertó
perdiéndole pasos para no quedar descolocado y poder ligar, pero la faena nunca
despegó. Le faltó una pausa entre cada serie para no abrumar al toro. Dos
pinchazos, estocada y silencio.
La mejor lidia de la tarde fue la de Perera al
cuarto, que fue bravo. Se arrancaba de lejos con prontitud y al galope, a veces
sin que lo citen. El español salió decidido, recibiéndolo con una larga
de rodillas para continuar a la verónica y en los quites consumando el mejor toreo de capote de la
corrida.
Inició clavado en los medios,
citando al toro que se arrancó desde la barrera, con derechazos y cambiados
por la espalda de mucha emoción. El burel fue quedándose corto y, por
ello, las series de toreo fundamental fueron de tres pases y el de pecho, tanto
por derecho como por izquierdo, todas entre ovaciones. El toro perdió movilidad
y la faena intensidad. Dejó una estocado en los bajos que impedía cualquier trofeo.
Sin embargo, reapareció el público orejero para enrostrarle a todos que traía
pañuelo. Peor estuvo el juez que, sin
existir petición mayoritaria, otorgó el apéndice, entre
protestas de la parte sensata que aún queda en el público.
Alfonso de Lima planteó bien el inicio de faena a su lote, doblándose toreramente con el primero, para domeñar y alargar las embestidas, y de rodillas con el otro para levantar de emoción a los tendidos, pero cuando llegó el momento del toreo fundamental, que es el que le da valor y trascendencia a la lidia, se embarulló sin claridad. El primero fue complicado, pero el segundo si bien era mirón, tenía casta, poder y pies, y había mucho por hacer con esas embestidas llenas de trasmisión. En ninguno prosperó, en medio del silencio.