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Raúl Aramburú heredero de una centenaria afición familiar |
CRONICA DEL FESTIVAL DE LA TRADICION 21 DE NOVIEMBRE
DE 2015
Escribe JAIME DE RIVERO
Ayer fui a Acho a reencontrarme con la afición, con ese sentimiento inexplicable que llevamos dentro como una pasión profana, desbordante e incurable. No fui a la plaza como cronista, fui como aficionado. No fue necesario tomar apuntes para contarles que José Ignacio Bullard arrancó con solvencia todo lo que tenía dentro el peligroso novillo, que José Alfredo Koechlin y Carlos Allende se aplicaron con esmero, que Raúl Aramburú Romero estuvo enorme con el capote y superior con la muleta; que el trasteo de Juan Roldan recibió el bien merecido premio o que Quique Sifuentes lució más afición que cualquiera, sea quien sea y donde sea. Y que como director de lidia, había en Emilio Serna un profesional de primera que desgraciadamente lidió un manso imposible, y más arriba, desde la barrera del cielo, estaba aplaudiendo un ejemplo de aficionado y torero práctico: Don Alfredo Bullard Coello.
En Lima siempre hubo señoritos toreros, raza de valientes aficionados que dejan los tendidos para ponerse delante del toro y emular al heroísmo taurino.
e
La categoría de la afición de Acho como la de cualquier comunidad o institución no reposa en el nombre ni en la antigüedad, sino en
la calidad de las personas que la integran. Y aquello varia en el tiempo.
La afición del Rimac siempre tuvo casta y solera porque en Lima los aficionados sabían torear y podían hablarles de igual a igual a los toreros. Y esto, los profesionales lo aprecian y respetan.
La tauromaquia es una afición muy desleal, se puede asistir 50 años a una plaza y no saber lo que ocurre en el ruedo. Su enorme complejidad y la subjetividad que la rodea son parte esencial de su encanto pero también armas que la traicionan y arruinan. El mal aficionado la destruye con sus juicios equivocados, si influencia en otros.
En los toros existen dos fiestas. La de los profesionales y la de los aficionados, que muchas veces no coinciden. Varios conceptos que se manejan en los tendidos y con los que se juzga a los toreros, ni siquiera existen en la esfera de los profesionales, ni en las faenas de campo, ni en tientas ni en ese mundo auténtico al lado del toro bravo. !Vaya usted a decirle a un torero del pico de la muleta y otras sandeces! Se reirán de usted y de sus tópicos que son resultado de la ignorancia y la ficción.
Hoy en día en que la tecnología permite que cualquier improvisado con un teclado presuma de entendido o se crea critico taurino, con apabullante prepotencia y hasta club de seguidores, la fiesta de los toros peruana necesita más aficionados prácticos. Más personas que dejen la gradas para ponerse delante para poder comprender lo que ocurre ahí donde impera el miedo y el peligro. Sólo con ese conocimiento se puede combatir a la falsedad y a la ignorancia. De ese modo, se puede reducir la brecha que existe entre la fiesta real y la ficticia.
En la conferencia organizada por la peña El Puntillazo, el ganadero de Pablo Romero mencionó que el problema de la tauromaquia era que no había sido escrita por los profesionales, sino por personas que no tenían cabal conocimiento de ella. Cuanta razón tiene y cuanto daño se ha causado al seguir a esas personas, críticos e intelectuales que escribieron la historia oficial de la fiesta, en la mayoría de casos sin tener los conocimientos necesarios.
Se necesitan mas aficionados prácticos para construir. Para seguir el legado del Tentadero de la Legua, esa noble cofradía fundada en 1937 que forjó un autentico movimiento cultural que recuperó la fiesta de los toros en Lima. De esa Hermandad nació la mas grande rejoneadora, Conchita Cintron, se crearon ganaderías emblemáticas como Huando, Yéncala y sus derivadas, aparecieron cronistas trascendentes como Enrique y Raúl Aramburu Raygada o empresarios como Fernando Graña Elizalde. Todo ello permitió la remodelación de Acho y, al poco tiempo, la creación de la Feria del Señor de los Milagros. Pero sobre todo, los miembros de La Legua dejaron un legado de tradición y cultura que se debe preservar y, ahora, defender ante la intolerancia y la estupidez. La propia y la ajena.
Pero para ello, hay que ser primero buenos aficionados para poder hablar en el mismo idioma, y así tirar abajo los tópicos y las mentiras que abundan en la fiesta.
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Homenaje a Alfredo Bullard Coello en presencia de su familia. |
La afición del Rimac siempre tuvo casta y solera porque en Lima los aficionados sabían torear y podían hablarles de igual a igual a los toreros. Y esto, los profesionales lo aprecian y respetan.
La tauromaquia es una afición muy desleal, se puede asistir 50 años a una plaza y no saber lo que ocurre en el ruedo. Su enorme complejidad y la subjetividad que la rodea son parte esencial de su encanto pero también armas que la traicionan y arruinan. El mal aficionado la destruye con sus juicios equivocados, si influencia en otros.
En los toros existen dos fiestas. La de los profesionales y la de los aficionados, que muchas veces no coinciden. Varios conceptos que se manejan en los tendidos y con los que se juzga a los toreros, ni siquiera existen en la esfera de los profesionales, ni en las faenas de campo, ni en tientas ni en ese mundo auténtico al lado del toro bravo. !Vaya usted a decirle a un torero del pico de la muleta y otras sandeces! Se reirán de usted y de sus tópicos que son resultado de la ignorancia y la ficción.
Hoy en día en que la tecnología permite que cualquier improvisado con un teclado presuma de entendido o se crea critico taurino, con apabullante prepotencia y hasta club de seguidores, la fiesta de los toros peruana necesita más aficionados prácticos. Más personas que dejen la gradas para ponerse delante para poder comprender lo que ocurre ahí donde impera el miedo y el peligro. Sólo con ese conocimiento se puede combatir a la falsedad y a la ignorancia. De ese modo, se puede reducir la brecha que existe entre la fiesta real y la ficticia.
En la conferencia organizada por la peña El Puntillazo, el ganadero de Pablo Romero mencionó que el problema de la tauromaquia era que no había sido escrita por los profesionales, sino por personas que no tenían cabal conocimiento de ella. Cuanta razón tiene y cuanto daño se ha causado al seguir a esas personas, críticos e intelectuales que escribieron la historia oficial de la fiesta, en la mayoría de casos sin tener los conocimientos necesarios.
Se necesitan mas aficionados prácticos para construir. Para seguir el legado del Tentadero de la Legua, esa noble cofradía fundada en 1937 que forjó un autentico movimiento cultural que recuperó la fiesta de los toros en Lima. De esa Hermandad nació la mas grande rejoneadora, Conchita Cintron, se crearon ganaderías emblemáticas como Huando, Yéncala y sus derivadas, aparecieron cronistas trascendentes como Enrique y Raúl Aramburu Raygada o empresarios como Fernando Graña Elizalde. Todo ello permitió la remodelación de Acho y, al poco tiempo, la creación de la Feria del Señor de los Milagros. Pero sobre todo, los miembros de La Legua dejaron un legado de tradición y cultura que se debe preservar y, ahora, defender ante la intolerancia y la estupidez. La propia y la ajena.
Pero para ello, hay que ser primero buenos aficionados para poder hablar en el mismo idioma, y así tirar abajo los tópicos y las mentiras que abundan en la fiesta.
A todos los que torearon ayer, a la Asociación de Toreros Aficionados, a los que hicieron posible el Festival de la Tradición y a la afición verdadera que estuvo presente en la plaza de Acho, mi más profundo agradecimiento. Todos los que fuimos sentimos mas viva que nunca nuestra querida afición.
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Enrique Sifuentes recibiendo al que cerró plaza |