Por
Jaime de Rivero
El maestro Enrique Ponce reafirmó
ayer, una vez más, porque es torero de época y uno de los mejores de la
historia. Lo hizo en Lima, en su plaza de Acho que es suya por derecho ganado a
lo largo de 20 años, en los que ha derramado su sabiduría en tantas tardes de
gloria. La de ayer fue una de ellas, con una labor imposible que el mismo
inventó. La faena al cuarto toro de Roberto Puga como aquella al que abrió
plaza fueron la expresión más fidedigna de tres de las principales virtudes en
las que se funda su tauromaquia: la inteligencia, el temple y la entrega.
Porque hay que ser un auténtico
privilegiado para plantear la lidia
adecuada a ese cuarto toro que había llegado al tercio final con poca fuerza y
se resistía a embestir. Un animal al que nadie le habría sacado muletazos y al que
sólo Ponce podía habilitar para una faena tan larga, a pesar de esas
condiciones. Lo toreó a media altura para cuidarlo en sus primeras acometidas,
llevándolo muy templado. Poco a poco, lo fue seduciendo -incluso con el habla-,
en el deber de defender su casta embistiendo hasta el final. Y así, de uno a uno, mostrando el tesón y la entrega
de un novillero del montón, porfió hasta lograr series inagotables de naturales
de mano muy baja, llenas de arte que fueron una pintura en el ruedo.
Culminó la faena con doblones instrumentados
con lentitud y suavidad a un toro que ya llevaba gastados los pitones de tanto
embestir. Para cuando cogió el acero ya
la plaza era un clamor. Le gritaban: ¡Torero!
¡Torero!. Entró a matar a ley y
colocó la espada en todo lo alto para demoler al toro sin puntilla. La vuelta al ruedo fue tan emotiva como
apoteósica. La ovación final en los
medios fue interminable. Era la multitud rendida de agradecimiento hacia un
torero, su torero, que había ratificado su distintiva condición en una obra que
quedará guardada en la memoria de los que la presenciaron.
Miguel Ángel Perera tuvo una actuación
destacable con el tercero de la tarde, un toro noble, repetidor y con clase que
había recibido el castigo justo en varas.
Una faena en las cercanías del
toro que se fundó en un temple extraordinario. En cada derechazo el animal
continuaba el recorrido de la muleta que siempre mantenía la misma distancia.
Con el poder de su lado, logró muletazos en redondo que arrancaron fuertes
ovaciones. Mató de una estocada caída y el Presidente, sin advertir este
defecto, le concedió indebidamente las dos orejas.
Cerró plaza con un arrimón a un
burraco que fue largamente protestado a pesar de que era uno de los que mejor
estampa tenía. Lo toreó entre los pitones y logró buenos muletazos que un
público ausente, no logró percibir.
Sebastián Castella no tuvo fortuna al
no poder lidiar al bravo colorado que se estropeó atacando al caballo. El sobrero que lo reemplazó no tuvo el mismo
ímpetu y el francés se avocó a darle tiempo y distancia para no ahogarlo. Así logro muletazos con desmayó y elegancia,
brillando en uno largo pase de pecho. Lo mató en tres actos y su labor fue
silenciada. El burraco que salió en
quinto lugar llegó muy aplomado al tercio final. Castella no lo intentó y tomó
el acero para despacharlo sin otro trámite.
A
plaza llena de público se lidiaron 6 toros de Roberto Puga, mal presentados pero nobles aunque faltos de fuerza en general. Enrique Ponce (ovación y dos orejas),
Sebastián Castella (silencio y silencio)
y Miguel Angel Perera (dos orejas
y palmas).
No es posible que un cartel que podria considerarse entre los mejores del mundo en estos momentos, no tuviera su correlato apropiado en el ganado terciado que si bien acuso nobleza tuvo sosería y falta de fuerza indignas de una plaza como la de Acho. Los tres toreros estuvieron muy por encima de sus astados, configurando una tarde en la que hubo de todo. La magistral faena de Ponce, el sobresaliente desempeño de Perera, las ganas y falta de suerte de Castella, la bronca al ganadero Roberto Puga y hasta un espontáneo que saltó al ruedo y alcanzo a dar un trapazo al quinto de la tarde.
No es posible que un cartel que podria considerarse entre los mejores del mundo en estos momentos, no tuviera su correlato apropiado en el ganado terciado que si bien acuso nobleza tuvo sosería y falta de fuerza indignas de una plaza como la de Acho. Los tres toreros estuvieron muy por encima de sus astados, configurando una tarde en la que hubo de todo. La magistral faena de Ponce, el sobresaliente desempeño de Perera, las ganas y falta de suerte de Castella, la bronca al ganadero Roberto Puga y hasta un espontáneo que saltó al ruedo y alcanzo a dar un trapazo al quinto de la tarde.
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