lunes, 28 de noviembre de 2011

DIARIO "EXPRESO" CRONICA 3° CORRIDA: TRIUNFO MAGISTRAL DE ENRIQUE PONCE EN ACHO




Por Jaime de Rivero

El maestro Enrique Ponce reafirmó ayer, una vez más, porque es torero de época y uno de los mejores de la historia. Lo hizo en Lima, en su plaza de Acho que es suya por derecho ganado a lo largo de 20 años, en los que ha derramado su sabiduría en tantas tardes de gloria. La de ayer fue una de ellas, con una labor imposible que el mismo inventó. La faena al cuarto toro de Roberto Puga como aquella al que abrió plaza fueron la expresión más fidedigna de tres de las principales virtudes en las que se funda su tauromaquia: la inteligencia, el temple y la entrega.

Porque hay que ser un auténtico privilegiado para  plantear la lidia adecuada a ese cuarto toro que había llegado al tercio final con poca fuerza y se resistía a embestir. Un animal al que nadie le habría sacado muletazos y al que sólo Ponce podía habilitar para una faena tan larga, a pesar de esas condiciones. Lo toreó a media altura para cuidarlo en sus primeras acometidas, llevándolo muy templado. Poco a poco, lo fue seduciendo -incluso con el habla-, en el deber de defender su casta embistiendo hasta el final.  Y así, de uno a uno, mostrando el tesón y la entrega de un novillero del montón, porfió hasta lograr series inagotables de naturales de mano muy baja, llenas de arte que fueron una pintura en el ruedo.

Culminó la faena con doblones instrumentados con lentitud y suavidad a un toro que ya llevaba gastados los pitones de tanto embestir.  Para cuando cogió el acero ya la plaza era un clamor. Le gritaban: ¡Torero!  ¡Torero!.  Entró a matar a ley y colocó la espada en todo lo alto para demoler al toro sin puntilla.  La vuelta al ruedo fue tan emotiva como apoteósica.  La ovación final en los medios fue interminable. Era la multitud rendida de agradecimiento hacia un torero, su torero, que había ratificado su distintiva condición en una obra que quedará guardada en la memoria de los que la presenciaron.

Miguel Ángel Perera tuvo una actuación destacable con el tercero de la tarde, un toro noble, repetidor y con clase que había recibido el castigo justo en varas.  Una faena  en las cercanías del toro que se fundó en un temple extraordinario. En cada derechazo el animal continuaba el recorrido de la muleta que siempre mantenía la misma distancia. Con el poder de su lado, logró muletazos en redondo que arrancaron fuertes ovaciones. Mató de una estocada caída y el Presidente, sin advertir este defecto, le concedió indebidamente las dos orejas.
Cerró plaza con un arrimón a un burraco que fue largamente protestado a pesar de que era uno de los que mejor estampa tenía. Lo toreó entre los pitones y logró buenos muletazos que un público ausente, no logró percibir.  

Sebastián Castella no tuvo fortuna al no poder lidiar al bravo colorado que se estropeó atacando al caballo.  El sobrero que lo reemplazó no tuvo el mismo ímpetu y el francés se avocó a darle tiempo y distancia para no ahogarlo.  Así logro muletazos con desmayó y elegancia, brillando en uno largo pase de pecho. Lo mató en tres actos y su labor fue silenciada.   El burraco que salió en quinto lugar llegó muy aplomado al tercio final. Castella no lo intentó y tomó el acero para despacharlo sin otro trámite.

A plaza llena de público se lidiaron 6 toros de Roberto Puga, mal presentados pero nobles aunque faltos de fuerza en general.  Enrique Ponce (ovación y dos orejas), Sebastián Castella (silencio y silencio)  y Miguel Angel Perera (dos orejas   y palmas).

No es posible que un cartel que podria considerarse entre los mejores del mundo en estos momentos, no tuviera su correlato apropiado en el ganado terciado que si bien acuso nobleza tuvo sosería y falta de fuerza indignas de una plaza como la de Acho. Los tres toreros estuvieron muy por encima de sus astados, configurando una tarde en la que hubo de todo. La magistral faena de Ponce, el sobresaliente desempeño de Perera, las ganas y falta de suerte de Castella, la bronca al ganadero Roberto Puga y hasta un espontáneo que saltó al ruedo y alcanzo a dar un trapazo al quinto de la tarde.

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