Escribe JAIME DE RIVERO
La afición de Lima rindió
un tributo final al invencible Padilla, torero mítico que personifica ejemplarmente
la crudeza de la fiesta, en sus extremos más severos y terribles. En 24 años como
matador de toros, vivió en carne propia las
penurias de los toreros comunes que se hacen en las corridas llamadas duras,
las que otros no toman. La espantosa cogida de Zaragoza en el 2011, con la que
perdió la vista de un ojo, no lo derrumbó y reinventado regresó a los ruedos
para convertirse en un auténtico héroe taurino. Nació entonces la leyenda del
torero pirata que abarrota las plazas. Sin duda, el diestro más querido de los
últimos tiempos.
Como en toda España, su
despedida en Acho fue apoteósica. La tarde transcurrió entre reconocimientos, aplausos
y ovaciones. El jerezano aplicó su libreto de efectismos que le han permitido
triunfar reiteradamente durante la temporada. Y el público entregado
incondicionalmente a su irrefutable mérito, por haber superado milagrosamente
terribles desgracias, le premió con un trofeo de cada uno de sus toros para abrir
la puerta grande en su última corrida en Lima.
El que rompió plaza, un noble
y enrazado de Daniel Ruiz, cantó pronto la calidad de sus embestidas. La faena
fue por el pitón derecho a un astado que repetía. Desarmes y enganchones
dejaron patente la brusquedad del muleteo, que aun así fue suficiente para
conquistar a los tendidos. No se ocupó del excelente pitón izquierdo, que quedó
inédito. Tras las manoletinas finales y una estocada contraria, paseó una oreja.
Si en el primer toro Padilla aplicó la ley del menor esfuerzo, en el segundo tuvo que hacer todo lo contrario. Su labor fue una lucha constante por retener las mansas embestidas del de Olga Jiménez que salió suelto y dando oleadas desde los capotazos iniciales. Con la tela, abajo y firme en los toques, logró sujetar al astado para convencerlo de repetir en un par de tandas. El toro huyó a tablas, en donde lo pasaportó de una estocada desprendida. El público conmovido premió con oreja esta faena que careció del toreo fundamental, por naturales y derechazos, que es con el que se somete a los toros.
Antonio Ferrera
también se forjó en las corridas duras. Su toreo demoró muchos años en madurar,
hasta añadir a su indiscutible poderío, una alta dosis de clase y torería como
las exhibidas en la gran faena al quinto de la tarde. La tizona, que es su punto débil, le impidió
desorejar al de Daniel Ruiz, un manso encastado, remiso y huidizo en los
primeros tercios, al que logró meter en la muleta.
Con las distancias precisas, lidió con temple, mando y firmeza logrando que el manso se entregue y saque todo el fondo de bravura. Añadió al toreo fundamental circulares, capeínas y adornos que remataron su virtuosa obra, sobrada en sentimiento, clase y buen gusto a un toro que resultó estupendo con la pañosa. La afición se rindió sin excepción.
Mención especial merece el tercio de banderillas, en que a invitación de Ferrera, los tres alternantes brindaron lo mejor de su repertorio, recibiendo juntos una justa y fuertísima ovación en los medios.
Con las distancias precisas, lidió con temple, mando y firmeza logrando que el manso se entregue y saque todo el fondo de bravura. Añadió al toreo fundamental circulares, capeínas y adornos que remataron su virtuosa obra, sobrada en sentimiento, clase y buen gusto a un toro que resultó estupendo con la pañosa. La afición se rindió sin excepción.
Mención especial merece el tercio de banderillas, en que a invitación de Ferrera, los tres alternantes brindaron lo mejor de su repertorio, recibiendo juntos una justa y fuertísima ovación en los medios.
El
segundo de Sánchez Arjona no ayudó al lucimiento. Siempre se defendió, embistiendo
sin humillar. Mantuvo esa condición a pesar del acertado castigo en varas.
Ferrera intentó meterlo en muleta, pero el aplomado animal no dio para más.
El Fandi no
sólo brilló con las banderillas, también cortó una oreja del complicado tercero
de Daniel Ruiz, al que fue haciendo durante la lidia. Con oficio y paciencia corrigió
a un toro que se ceñía desde los primeros capotazos. Armó series de muletazos
de uno en uno a un animal que nunca se entregó. Un pinchazo y una gran estocada
que no necesitó de puntilla, le permitieron cortar una merecida oreja. El sexto de García Jiménez era un manso
bobalicón que no decía nada. Lo intentó por ambos pitones, pero el astado nunca
se dejó.
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