Escribe JAIME DE RIVERO
La lidia es el alma recia y fértil del toreo. Dominar al toro es y debe ser la misión trascendental de un torero en la plaza. Para lograrlo, el requisito sine quanon es entender al adversario, identificar sus defectos y virtudes, para proponer los recursos para doblegarlo y someterlo. La estética, como el triunfo, llegan por añadidura, pues sin esa esencia de dominio sobre el animal el resto es mera apariencia, forma sin contenido, de menor mérito y estimación.
Jesús Enrique Colombo tuvo claridad para entender y lidiar al ganado del domingo, de los hierros de San Pedro y Salamanca, que tuvo edad, peso y trapío, que embistió y repitió con nobleza, aunque primaron los abantos, sueltos y sin clase. Ese punto de mansedumbre debe corregirse, dentro de una evolución positiva de muchos años que muestra la ganadería.
Desde el inicio, el venezolano comprendió las dificultades del encierro, toros a los que había que fijar rápidamente y llevarlos embebidos en los trastos para convencerlos de embestir. Recibió con valor y firmeza las embestidas del primero de San Pedro -tercero de lidia-, llevándolo con verónicas hasta los medios. Luego de un picotazo, ofreció un gran tercio de banderillas con dos pares citando a los medios con el toro galopando por 20 metros y el último al violín, todo entre ovaciones, ratificando que es un torero bullidor y alegre que conecta fácil con los tendidos.
Inició la faena por abajo, con doblones y macheteos para ahormar al toro y someterlo. Esa fue la clave de la lidia -y de la corrida-, llevarlo por abajo, dejándole la muleta en la cara para hacerlo repetir y evitar que se vaya. Así, concluyó tandas por derecho e izquierdo, logrando que el astado rompa a embestir. Con una buena estocada recibió una justa y merecida oreja.
El que cerró plaza, de similar juego, tuvo mayor movilidad, pero menos clase. Tras la vara y el castigo medido, brindó otro gran tercio de banderillas entre fuertes ovaciones, destacando en el par al violín.
Planteó la faena de la misma manera que al primero, iniciando y rematando las series por abajo, pero con la diferencia de que este San Pedro protestaba y calmocheaba, lo que derivó en enganchones que impidieron una faena sólida. La estocada fue soberbia, de efectos inmediatos en los medios, algo desprendida, por la que se le dio una oreja pedida por gran parte del público, pero sin hacer mayoría. Aquí el Juez falló.
Morenito de Aranda es un torero fino, de corte artista, de esos que tanto gustan en Acho. Es de los que necesita al toro propicio para su obra, como el que abrió plaza de San Pedro, que de salida repitió con poder y codicia, y al que recibió con firmeza por verónicas y delantales de mucho gusto.
Tras un puyazo y las banderillas de rigor, inició la faena con suavidad, sin forzar al toro, llevándolo a media altura por pitón derecho para luego exigirle por abajo. A partir de la tercera tanda, le bajó la mano y el animal colaboró, repitiendo cada vez más. Las siguientes series fueron más logradas, tanto por derechazos como por naturales, algunos citando con la muleta rendida en la arena y corriendo la mano por abajo. Fueron lo más fino de la tarde, con pases sobrados en profundidad, gracia y torería.
Cuando el toro comenzaba a declinar, tomó el acero para los adornos finales que fueron por alto. No tocó pelo por fallar con el estoque, recibiendo una ovación desde el tercio.
El de Aranda no entendió a cabalidad al cuarto de la tarde, un jabonero con más raza y clase, pero que no daba tantas facilidades. El toro avisaba de su buena condición cada vez que era bregado por abajo, humillando y girando la testuz para colocar el pitón por delante. La res exigía ese toreo por abajo. Morenito hizo lo contrario, llevándolo a media altura con la pañosa. Y no logró que el animal ni la faena rompieran de verdad. Pinchó varias veces y escuchó un aviso.
Alfonso de Lima no tuvo una tarde afortunada con los Salamanca. El primero -segundo de lidia- fue el peor de la tarde; soso, sin codicia ni trasmisión. Solo pudo arrancarle una serie ligada por abajo con la muleta puesta en la cara. No comprendió al quinto, de similar condición a los corridos en tercer y cuarto lugar, y al que también había que someterlo por abajo para convencerlo de embestir y meterlo en muleta. Lo intentó a media altura, dudando, con remates por alto que, con los enganchones, fueron echando a perder al toro y complicando más su lidia. Se eternizó con la espada, ante las protestas del público.










