martes, 16 de diciembre de 2008

ARTICULO "LOS CATASTROFISTAS DE LA FIESTA* " Escribe Jaime de Rivero

LOS CATASTROFISTAS DE LA FIESTA
Por Jaime de Rivero 

(Un extracto fue publicado en la revista "Ole y Olé"  en el año 2008)

Muchos cronistas y aficionados han sucumbido ante el impulso pesimista y agorero que los conduce a denunciar la decadencia de la fiesta y su pronta desaparición. Siempre apelando a un pasado glorioso en el que, supuestamente, se gozaba de una grandeza que ya no existe más En distintas épocas se ha dicho que los toros ya no son como los de antes, que ya no se pica, no se torea y que todo es un remedo de lo que alguna vez fue un portentoso espectáculo.  

En un artículo de 1996, publicado en la revista 6 Toros 6, el periodista José Carlos Arévalo definió al aficionado catastrofista como "aquel que basa su prestigio en decir a los demás que ya nada vale la pena, que la fiesta no es la que fue, ni los toreros tienen valor, ni el público el menor conocimiento ni, por supuesto, los toros el más mínimo peligro".  En este discurso se idealiza el pasado, generalmente deformado por el transcurso del tiempo y la fragilidad de la memoria. 

Como veremos más adelante, el catastrofismo no es una tendencia nueva ni moda pasajera. Por el contrario, ensayo que el catastrofismo es un componente propio de la fiesta de los toros, tan añejo como sus aficionados que, especialmente, resurge vigoroso en etapas de mayor auge. 

En 1900, el periodista Mariano del Todo y Herrero escribió en la revista española La Lidia: “De aquí la espantosa decadencia del espectáculo. Todos los toreadores que hoy subsisten como no tienen excepcionales condiciones de lidiador que a Guerra, adornan, hacen el espectáculo una parodia y de la plaza un continuo herradero, convirtiendo a las corridas de toros en insoportables capeas”.

En los tiempos dorados de Joselito y Belmonte, Don Ventura dijo en España: “Las corridas de toros por lo que al factor principal se refiere, han degenerado tanto que llevan camino de venir a parar en ridícula parodia. Los toreros quieren chotos sin fibra, sin nervio, que lleguen a sus manos muertos por los picadores.”

En los sesentas, Antonio Díaz Cañabate escribió: “Mala época me ha tocado historiar (…) la fiesta de los toros insípida, lo que nos quedaba por ver! ¡Lo soso en vez de lo gallardo! Las mujeres y los turistas en el sitio de los aficionados!  (…) van a ellas como quien acude a un circo, porque, en verdad, de circo es el espectáculo.” 
Veinte años después el viejo “Cañas” diría: “Es un deber constatar la mediocridad y decadencia de esta última época de la tauromaquia”. Posteriormente, continuarían este discurso, con mayor influencia, Alfonso Navalón y Joaquín Vidal.

Al parecer, para algunos crónistas y revisteros de ayer y de hoy, la fiesta siempre ha estado en decadencia. En todas las épocas ha habido quienes la colocan al borde del colapso o extinción, demostrando como constante que el tiempo añorado por unos, era denostado por otros.

En el Perú, el catastrofismo también ha estado presente en la crítica taurina y entre algunos aficionados. Hace poco, un amigo que fue abonado de muchos años de la plaza de Acho, me comentó que se había alejado porque ni los toros ni los toreros tenían el pendón de aquellos que había visto décadas atrás.

Curiosamente en 1942 cuando este amigo se iniciaba en la afición, Raúl Aramburú Raygada “Muletazos”, escribía en el diario La Prensa: “La verdadera afición a los toros ya no existe en Lima. Actualmente se llenan los tendidos de Acho de snobs. Aquella afición de la época del padre de mi colega y del mío, pasó a la historia”.

En 1944, el gran aficionado Francisco Graña Reyes opinó en la revista Acho: “Creo que los aficionados de antes eran menos numerosos pero estaban mejor enterados del arte y poseían sincero fervor que los de hoy.”

También en 1944, en el ocaso de su vida, el crítico taurino del diario El Comercio, Fausto Gastañeta “Que se vaya”, expresó su malestar: “Antiguamente se lidiaban toros, actualmente no se lidian toros, sino bichos insignificantes (...)  Creo que el toreo que se practicaba antaño era más honrado, entre el toreo de antaño y hogaño exista la enorme diferencia de que antes se toreaban  toros y ahora se torean bichos que se caen solos...”

Sin embargo, en las crónicas de la época gloriosa invocada por estas tres personalidades, encontramos que en 1916, Daniel Ramírez Puente “Frescuras”, en la revista peruana Toros y Toreros sentenciaba : “Una de las pruebas más contundentes de la actual decadencia del arte es la facilidad con que los Cúchares modernos hacen uso de las ventajas, siempre iguales cualquiera sea la condición del toro que lidia”.

Sorprende de mayor manera que, por esos años, sobre la temporada taurina de 1909, el mismo Fausto Gastañeta haya afirmado:“Yo no pretendo comparar el público de Madrid con el de Lima, sería ridículo; porque todo lo que tiene aquel de inteligente, imparcial y digno, lo tiene éste de ignorante y amoroso”. Es decir, en 1944, Gastañeta añoraba un tiempo anterior, que sorprendentemente él también criticó negativamente en su momento.

Como colofón, en las épocas invocadas por Gastañeta y Frescuras, en las que según ellos el toreo si era de verdad, el crítico del diario El Tiempo, Ismael Portal "Duque de Veragua" en el libro Fiesta Española publicado en 1892, afirmó sobre las corridas de aquel año en la plaza de Acho: "lo que recuerdo de 20 años a la fecha no me deja la más ligera duda de que el espectáculo taurino ha ido en gradual decadencia. Ahora lo que debemos procurar los aficionados a él, es que no continúe su descenso."  

Si nos guiáramos por las opiniones recogidas, que abarcan más de 130 años de actividad taurina en Acho, se podría aseverar que la fiesta ha estado en decadencia constante. Lo cual es un absurdo. Por eel contrario en ese lapso, ha ocurrido una evolución enorme y una mejoría indiscutible que lo más probable que aquellos no hayan percibido por la poca atención que la crítica  taurina le ha dado a este asunto, más enfocada en idealizar a los toreros y ganaderos, sin atender otros asuntos como la técnica de torear que es el cambio notable entre las distintas formas de torear que se han dado en esos 130 años, no solo en Acho, sino en España. 

Idealizar el pasado es habitual para el ser humano. La sicología lo llama "retrospección idílica" y lo define como el proceso que conduce a juzgar el pasado de una manera mas positiva a como se juzga el presente. La memoria selecciona lo positivo y omite detalles negativos al almacenar los recuerdos, es un mecanismo natural de autodefensa que permite al hombre sobre llevar mejor situaciones de impacto emocional y aliviar el momento presente. 

En el catastrofismo se conjuga la retrospección idílica con la irregularidad del espectáculo taurino, que se deriva del impredecible juego de los toros. Tardes buenas y malas siempre han habido y habrán. Público bueno y malo también ha habido en todas las plazas, sólo que cada una posee identidad propia (pero eso es otro asunto). Además, plantear una opinión seria, que posea estructura razonada y fundamentos es dificil y exigente, mientras que regodearse en lo malo es mucho mas sencillo, está al alcance de todos y, por lo general, encubre una pobre cultura taurina. 

El catastrofismo es un recurso que ha tenido influencia notable en la crítica taurina de los últimos cincuenta años, al haber dado la apariencia –salvo algunas excepciones- de que todo hubiese andado mal.  

Por sus propios textos, es notorio que la inmensa mayoría de cronistas españoles no percibió la evolución de la tauromaquia durante el siglo XX, principalmente, en la selección y transformacion del toro de lidia y, consecuentemente, de la técnica de torear. Ambas transformaciones dieron lugar al toreo ligado en redondo, que propuso Joselito y que instituyó Manolete, que le da estructura a la faena moderna que hoy se hace en las plazas. 

Una auténtica revolución que fue definiendo la tauromaquía moderna, dejando atrás el toreo arcaico, recio y violento que dejaba caballos despansurrados por el ruedo, como también la lidia de expulsión sobre pies y las suertes rematadas por alto. 

Sin esa evolución  o transitar de la crudeza hacía la estética, la tauromaquía no habría sobrevivido a la segunda mitad del siglo anterior. 

Y los crónistas de la época, salvo Pepe Alameda, Guillermo Sureda y algunos pocos, ni se enteraron de los profundos cambiosa que ocurrían en sus narices. En contrasentido, se dedicaron a combatir las innovaciones apelando a conceptos arcaícos contenidos en tauromaquias desfasadas, que trataron de transpolar al toreo moderno, e imponerlas como dogmas de fe, con la consecuente colisión y desencuentro. Abundaron los tópicos y supuestos cánones, reminicencias clásicas y otros conceptos vanos que no coincidían con la nueva forma de torear, y se valieron de todo ello para denunciar la decadencia del espectáculo, haciéndole mucho daño.  

A Manolete se le tildó y atacó de torero perfilero porque la Tauromaquia Completa de Paquiro escrita en 1836 y otras de la época, señalaban que el torero debia citar de frente. Aquel postulado primitivo se formuló para el toreo elemental que se practicaba por entonces, sobre pies, por la cara, en el que el toro no siempre pasaba ni tampoco se ligaba dos suertes seguidas, menos por el mismo pitón. La proposición de Paquiro quedó desfasada cuando se impuso el toreo ligado en redondo (proceso que inicia Joselito y concluye Manolete, 1912-1946), en el que la colocación de perfil era necesaria para ligar el segundo muletazo y los siguientes, y formar series que, en los tiempos de Paquiro eran imposibles de soñar por el toro de entonces. Esto muchos no lo percibieron y arremetieron con injusta dureza contra Manolete.  

También se le tomó por oráculo a Domingo Ortega, que dio una célebre conferencia en el Ateneo de Madrid (1950), que se convirtió en un libro, en la que habló de parar, templar, cargar y mandar (probablemente siguiendo parte de lo dicho por Uno al Sesgo en los Ases del Toreo de 1926), algo que él nunca hizo, pues su tauromaquía sobre pies (y hay muchos videos) muchas veces buscando la cola de la res para girar y trazar un ocho, fue un rezago de la vieja lidia que primaba en el s. XIX, cuando no una propuesta personal que no inspiró ni caló en otros toreros. En esa exposición, Ortega refiere a conceptos clásicos que pretende recuperar para mantenerlos inmutables, lo que demuestra que se encontraba desfasado de la evolución en la técnica de torear, tanto o más como su tauromaquía, ya que Manolete había impuesto el toreo ligado en redondo ocho años antes de esa conferencia. 

Los dioses no le otorgaron ningún Ortega el poder de definir cómo se debe torear, menos si en el caso de Domingo nunca lo practicó. Y aún si lo hubiese hecho, el arte de torear es tan amplio y personal que no admite imposiciones ni ataduras de tal naturaleza, mucho menos si se encuentra en un periodo de profunda transformación.

En este zafarrancho de ideas y pareceres  anacrónicos combinados a espaldas de la evolución del toreo, también se encuentra el concepto de cargar la suerte, que proviene de las tauromaquias decimonónicas que, en algún momento, la crítica taurina de gabinete, principalmente, Gregorio Corrochano, impulsó a partir, aparentemente, de lo dicho por Domingo Ortega en el Ateneo, y manipuló a su saber y entender, para asimilarle aquello de adelantar la pierna contraria, y que otros después corrigieron como de "salida", cuando se dieron cuenta que si utilizaban la palabra "contraria" implicitamente convalidaban el toreo de perfil de Manolete que tanto aborrecían.  

Esta definición particular y dudosa que algunos cronistas otorgaron a cargar la suerte sirvió para atacar a los toreros que no eran de su agrado, y así se continua utilizando hasta nuestros días. No está en la tauromaquia de Paquiro, que si bien menciona cargar la suerte al citar de frente para el lance a la verónica, no contempla nada de adelantar la pierna, ni mucho menos la contraria. Tampoco lo dice al tratar las suerte de muleta. La tauromaquia de Amos Salvador (1908) refiere a desplazar al toro hacia afuera y que adelantar el pie es excepcional para los toros que se ciñen, y es que hay que tener presente que en la vieja lidia lo que se aplaudía el valor de dar pases sin rectificar, retroceder o huir por pies. De este modo, y con la suerte mayor, se medía entonces la actuación de un torero. El Gran Diccionario Tauromáquico de Sánchez Neira publicado en 1896, define escuetamente cargar la suerte, en términos totalmente distintos a los indicados por Paquiro. Y por otro lado, el diccionario taurino que aparece al inicio de la primera edición del Tomo 1 del Tratado Los Toros, de José María de Cossio, indica que cargar la suerte ocurre cuando se cita de perfil y se desplaza al toro con los brazos. Al igual que toda la bibliografía citada, no dice nada de las piernas, menos de la contraria, pues la característica principal de la vieja lidia era el toreo de expulsión en el embroque, resumido en esa vieja frase taurina "o te quitas tu, o te quita el toro". Lo contrario es el toreo moderno, que es de reunión en el embroque para poder ligar en redondo, por el mismo pitón. Podemos colegir, incluso, que cargar la suerte es un componente propio del toreo de expulsión que hoy ha desparecido, pues en el toreo de reunión no se echa al toro hacia afuera, por el contrario se busca juntarse con él para poder lograr el toreo en redondo.

Sin duda el término "cargar la suerte" ha sido manipulado en el tiempo, a diferencia por ejemplo, de lo referente a la suerte suprema, en que los tipos de ejecución y la colocación del estoque no han variado desde el s.XIX, salvo por la incorporación de la estocada desprendida que antes no existía, pues tan solo se contemplaba caida, baja y bajonazo. 

Aferrarse a conceptos inciertos, contrarios a la evolución y a la lógica elemental del toreo, o manipularlos, es caer en el saco de la intransigencia absurda, cuando no en el de la ignorancia disimulada.  

Los catastrofistas construyeron una versión idílica y falsa de la fiesta, una historia oficial, sobre la que Domingo Delgado de la Camara con acierto ha llamado "falsificación histórica de las corridas de toros", explicada en la introducción de Revisión del Toreo (2002), libro indispensable para entender la evolución del arte de torear y desconfiar de la inmensa mayoría de libros taurinos.

Por principio, no comparto aquello de que todo tiempo pasado fue mejor. La fiesta debe valorarse en su momento; los usos y costumbres varían con la evolución que no se detiene hasta hoy. La incertidumbre, las malas tardes y los malos toros son parte de su esencia; el público cuyo rol también es desatar la polémica, elemento propio e indispensable en la fiesta, también, y en todos ellos reside gran parte del misterio y atractivo de este arte. 

Por eso estoy seguro que en treinta años o antes se volverá a decir lo mismo, pero añorando la era de Ponce y El Juli que hoy algunos combaten, sin fundamentos  ni conocimientos cabables y profundos.

Mientras los toros puedan matar a los toreros –y esto no ha cambiado desde Pedro Romero hasta hoy- el espectáculo mantendrá su misticismo, y con él, vigencia y significado. Aún así, catastrofistas habrán siempre.

2 comentarios:

  1. En relación al papel de la crítica en la historia del toreo, Domingo Delgado de la Cámara, una de las voces más autorizadas de los últimos tiempos, hizo esta declaración para ElCorreo.com:

    "Hubo una época en que los críticos estaban sobornados y al servicio de los toreros, pero sabían escribir y sabían de toros. Más tarde llegó una crítica durísima, que pegó palos a diestro y siniestro. Lo único que logró fue desmitificar el toreo."

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  2. Jaime, este artículo es fenomenal, y te digo que en mis años de aficionado que son más de 45 nunca he leido nada como esto de un periodista o escritor peruano. El nivel y conocimientos plasmados en este texto es de primera, bien sustentado en investigaciones. Gracias por desmentir tantas falsedades de los supuestos sabios del toreo.
    Saludos

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