Por
Jaime de Rivero B.
En la cuarta corrida de la Feria del Señor
de los Milagros de 2004, muchos criticaron la labor de Javier Conde en la
suerte de varas del quinto de la tarde, un manso de Jerónimo Pimentel que fue
picado en la querencia de la puerta de toriles. Al malagueño se le atribuyó un
supuesto desorden o “herradero” por el desplazamiento del picador de turno por
el ruedo, en la creencia equivocada de que sólo se debe picar en el sector opuesto
a los toriles.
Para evaluar lo ocurrido hay que recordar
que durante la suerte de varas permanecen en el ruedo dos picadores “de tanda”
que actúan por orden de antigüedad, picando el primer toro el de más remota
alternativa. Del caballista que realiza la suerte se dice que es el “de turno”
y del que no interviene se dice que “hace puerta”, pues se sitúa frente al
portón de caballos. También hay que recordar que cada toro tiene su propio
comportamiento que es único, incierto y variable. Por ello, la reglas de la
lidia no son dogmas inmutables, sino principios esenciales que deben adecuarse
a cada burel. Este axioma de la tauromaquia se aplica plenamente a la suerte de
varas y a la elección del terreno para llevarla a cabo.
Los reglamentos
taurinos no precisan un lugar exclusivo para esta suerte, sólo impiden
practicarla en un área delimitada por dos circunferencias concéntricas trazadas
sobre la arena. El reglamento que rige en Acho prohíbe citar al abrigo de las
tablas y pasado el circulo de mayor diámetro. Se colige que es posible picar en
cualquier otro sector del redondel, siempre que no se rebase estos límites.
Antiguamente, la
suerte de varas se verificaba cerca de la puerta de toriles y a pocos metros de
la barrera, donde aguardaban hasta tres picadores. Este criterio fue variando desde las últimas
décadas del siglo XIX –coincidiendo con los progresos en la selección ganadera
y la crianza orientada hacia la nobleza del toro- para caer en el saco de la
obsolescencia con la imposición del peto a los caballos en 1928 y el reglamento
español de 1930.
Desde entonces ha
prevalecido la tendencia de picar lo más apartado de toriles, lugar que se
llama “contra querencia de toriles”. El objeto es darle oportunidad al bravo de
mostrar su casta acudiendo a pelear en contra de una de sus querencias
naturales: la puerta por donde salió al ruedo -a la que generalmente regresa
para protegerse o intentar escapar. Pero como la conducta animal no sigue
reglas fijas, también hay toros que se niegan a pelear en esa contra querencia.
En este caso, se debe picar en otros terrenos; el diestro debe apelar a sus
conocimientos y como director de lidia, ordenar al picador “de turno”
trasladarse al lugar que considere adecuado para consumar la suerte. Y que los
puristas no protesten porque nuestra normativa le otorga poderes suficientes,
mientras que la española le asigna en forma expresa la facultad de fijar donde
se pica a cada astado.
En este punto debo
decir que el planteamiento de la suerte de varas tiene relación con la ubicación
de las puertas de las plazas. En las mayoría de cosos modernos (sobre todo los
construidos en el s. XX) la puerta de caballos es aledaña a toriles, de modo
que en la lidia los montados mantienen posiciones antagónicas: el “de turno” en
contra querencia y el que “hace puerta” próximo a toriles.
Sin embargo, en
otras plazas la suerte se propone de distinta forma debido a la situación de
las puertas. En la plaza de Arlés en Francia, la puerta de caballos es opuesta
diametralmente a la de toriles. En las corridas ordinarias, el que “hace
puerta” se coloca en la puerta de caballos que es contra querencia, mientras
que el caballista “de turno” pica a la mitad del arco del ruedo ovalado, en la
zona de sombra y más cerca a los toriles. Esto varía en las corridas concurso
de ganaderías, en las que solo actúa un
varilarguero que ahora si pica en contra querencia, delante de la puerta de
caballos.
En Acho se han
aplicado ambos criterios. Hasta hace unos años era usual picar a la sombra de
los tendidos 4 y 5 que no es contra querencia de toriles, pero si lugar opuesto
a la puerta de caballos. Últimamente, se hace en la contra querencia de toriles
(tendido 8), que al estar cerca de la puerta de caballos, provoca que el que
“hace puerta” no se emplee en el pórtico, sino a unos metros, bajo el tendido
13 de sol y sin llegar a contraponerse al “de turno”.
Lo que si es regla
en todas las plazas es la posición que adopta el picador que “hace puerta”
cuando el “de turno” cambia los terrenos fijados inicialmente: el caballista
abandona la puerta de caballos o el lugar que ocupe, para trasladarse al sector
opuesto al que adopta el “de turno”. Así también lo recoge el reglamento
español, y en la misma línea, el mexicano.
En Lima, Javier
Conde dirigió la lidia con acierto. El toro de Pimentel, luego de acudir al
picador “de turno” Benito Quinta en la contra querencia de toriles, salió
escupido tras recibir un picotazo en el anca, anunciando su rechazo por ese
lugar. Ante la dificultad para colocarlo
nuevamente, el malagueño optó por cambiar de terrenos. Ordenó al “de turno”
trasladarse hacia los tendidos de sol, andando con el lado derecho de la
montura hacia tablas (sentido inverso al de las agujas de reloj, que es lo
correcto), mientras que el peón de brega conducía al toro en esa dirección. En
forma simultánea, el segundo picador dejaba la puerta de caballos para ocupar
su nueva posición: el extremo diametralmente opuesto al que ocuparía su par del
castoreño, situándose finalmente bajo el tendido 8.
Conde dirigió con acierto la lidia, tanteó
los terrenos hasta hallar los propicios. Frente al tendido 15, el toro embistió
y empujó al penco hasta el tendido 2, algo inimaginable minutos antes cuando
huía de la contra querencia. El manso no fue bueno, pero mejoró nítidamente
luego del primer tercio en que cambió de actitud y aceptó la pelea. En
banderillas persiguió al peonaje y con la muleta tuvo fijeza y prontitud, pero
la sosería propia de su poca casta provocó su rápido declive.
Durante la suerte de varas no hubo desorden
sino lidia, el toro no anduvo suelto por la arena dando oleadas, yendo o
viniendo de los caballos o tomando capotazos innecesarios. En todo momento tuvo
a su lado a un peón que controló sus embestidas, probando terrenos hasta
encontrar el adecuado para que el picador en turno ponga la vara.
La dirección de la lidia abarca la elección
del lugar para ejecutar las suertes y su posible modificación. Conde dio en
Lima una lección – casi desapercibida- de buena dirección de lidia.”No hubo
ningún desorden, por el contrario, hubo mucho orden”, declararía luego de
la corrida Javier Conde.
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