Por Jaime de Rivero
La segunda corrida de la feria tuvo en el ruedo toros difíciles que son los que ponen
aprueba a los toreros. No fue tarde para los torerista, estetas ni para quienes
creen que esto del toreo es un ballet. Los toros mexicanos de Real de Saltillo
marcaron el derrotero por su condición de mansos, complicados, con picante y
peligro. La corrida fue de las "duras" y exigió técnica para poderle
a los toros y valor para pararse delante. Lidia de inteligencia y precisión,
pues los descuidos se pagaban con
sangre. Tuvieron mérito por su pundonor y valor los tres
espadas que hicieron el paseíllo, aún cuando la empresa se les presentaba incierta
y peligrosa.
Los toros tuvieron buena presentación, con
sobrepeso pero sin afectar su desplazamiento. Un encierro manso y muy complicado,
con toros con sentido innato y también adquirido. Toros con personalidad que
tuvieron de positivo, en su mayoría, fijeza y prontitud en la muleta.
El primero del lote de Vicente Barrera era un
toro bronco y gazapón, que salía suelto de las suertes de recibo.
En el tercio de muerte embistió fijo y pronto, pero con la cabeza alta y calamocheando. Los derechazos fueron la base
de la faena, pero el toro derrotaba sin humillar, desluciendo las
suertes. Tomaba mejor la muleta por el
pitón izquierdo, pero venciéndose con mucho peligro. No obstante,
el valenciano ligó tres molinetes citándolo a distancia para aprovechar el viaje
y cruzándose en el embroque para que no le coja. Un afarolado de remate casi le cuesta una
cornada, al quedarse descolocado (no
cruzado) al hilo del pitón. Falló con el
acero y recogió una fuerte ovación.
La habilidad y experiencia de Barrera quedaría patente en el 4° de la tarde. La lidia no importa necesariamente la imposición de la voluntad del torero sobre el animal. Muchas veces hay
que darles un sitio a los toros para que puedan encelarse y aceptar la pelea.
Esto de darle sitio y derechos es una concesión. Obligarles y aliviarles, exigir y ceder; es
decir, negociar con ellos. Alguien dijo una vez que la lidia es un bello y arriesgado
pulso entre el toro y torero, y que de su feliz término depende el toreo.
Así lo entendió el valenciano y así lo aplicó al
segundo de su lote, un manso que salía suelto de los capotes con
marcada querencia a los adentros o barrera. En los muletazos iniciales el astado apretaba contra las tablas, confirmando su querencia. Barrera lo
llevó a los medios para ofrecerle un nuevo terreno. Ahí, embistió pero
sin llegar a romper y a la tercera tanda se rajó, huyendo de la pelea. El maestro le porfió
en los medios pero el toro se mantuvo remiso a embestir. Sólo quedaba negociar con este morlaco que
buscaba descaradamente las tablas. Y hacía allí lo llevó pero sin consentirle del todo, pues
ambos quedaron colocados en el tercio, frente al tendido 13. Y fue en terreno neutral donde embistió con más decisión, permitiendo una faena de series
ligadas y templadas por ambos pitones. Hubo concertación, todo lo contrario a la imposición.
El comportamiento de este astado permite abordar el funcionamiento de las querencias que tienden a acentuarse durante la
lidia.
En las últimas series, el toro tomaba mejor el engaño cuando embestía a favor de querencia (tablas), pero se resistía cuando
se le daba salida en dirección a los medios. Barrera intentó
tres veces empalmar pases, dándole salida a los medios, pero el morlaco que ya
estaba parado se revolvía pronto en busca de su querencia, tropezando
(achuchón) con el diestro que se hallaba en
su camino, justo entre el toro y la barrera. Por suerte salió bien librado. El
toro no se vencía, era la querencia que lo atraía.
Una estocada entera algo caída y al cuarteo,
pero de efectos demoledores, le merecieron una oreja, justo premio por la hábil
lidia que le permitió extraer todo lo que aquel manso podía ofrecer. El segundo
apéndice corrió por cuenta de la autoridad --otra vez--, poniendo en riesgo la
solera de la plaza y el triunfo de Barrera, quien prefirió no cargar los trofeos durante la vuelta al
ruedo.
El primer toro de El Fandi fue uno de los más
complicados de la tarde. Fijo y repetidor pero con malas ideas en la muleta: cortaba el viaje y buscaba el cuerpo por ambos
pitones. El diestro no quiso arriesgarse y abrevió de una estocada al cuarteo. El público no percibió el peligro y protestó con pitos para toro y el torero.
Con el segundo, El Fandi entró al todo o
nada. Se jugó la vida en una faena emocionante y arriesgada con un animal que
también tuvo querencia a las tablas. Muestra de su voluntad fue el ceñido quite
por chicuelinas --con el defecto de salirse de la suerte--, rematado con
una media de rodillas.
El tercio de
banderillas era complicado porque el toro estaba aplomado y
aquerenciado en las tablas. El ímpetu llevó a Fandila a buscar el lucimiento cuando mas conveniente era hacer un tercio ligero. Intentó el par al quiebro a pesar de que
las condiciones no eran las adecuadas, pues para esta suerte es necesario que
el toro se arranque de lejos y con pies. El par salió deslucido no sólo por el cite en falso, sino porque no
hubo quiebro. El Fandi se salió de la suerte en
el embroque para luego clavar, sin quebrar ni obligar al toro a modificar la
dirección de su embestida. Aún así, el
público lo ovacionó con fuerza.
En el último tercio el toro mostró mucha fijeza, pero no dejaba que se le acercaran. Se ceñía por ambos pitones,
pero sin mala intención. Estas condiciones exigían atender a tres
aspectos de la técnica de torear que podemos revisar: ubicación, distancia y
temple.
(i)Ubicación.- Frente a los toros mirones y
que se ciñen lo aconsejable es no dejarse ver, torear cruzado hacía el pitón
contrario para que el toro embista hacia fuera y no arrolle al torero. Lo contrario
es torear al hilo del pitón o fuera de cacho que es donde el toro tiene mayor
visión, puede elegir y coger. En sus
primeras series de muleta, El Fandi toreó al hilo del pitón y por eso fue
cogido en dos ocasiones, por izquierda y por derecha. Esta complicación la resolvió cruzándose al pitón contrario.
(ii) Distancia.- Este toro no admitía cercanías. No aceptaba
que se le pusieran en la pala y se revolvía pronto al final del muletazo. Para
superar esta dificultad había que darle espacio entre cada pase, perderle dos pasos
antes del siguiente muletazo. El Fandi lo comprendió desde el inicio y así pudo
torearlo, pero se confiaba a partir del tercer muletazo. Justo dejaba de
perderle pasos cuando el toro tenía menos recorrido, quedándose en la
pala, al hilo, donde no aceptaba intrusos y por eso fue cogido en dos oportunidades.
(iii)
Temple.- Este astado pasaba cuando se le adelantaba la muleta y se le
traía embebido con el engaño a muy pocos centímetros del hocico. El toro pasó muchas veces cuando El Fandi lo templó a esa breve distancia. Por el contrario, con
el engaño alejado de la testuz no había forma de hacerlo pasar, perdía interés en la muleta y
buscaba el cuerpo. La aparatosa
voltereta al inició de una serie fue porque lo templó a mayor
distancia que la señalada; el toro se quedó en el camino y lo levantó sin clemencia.
El Fandi estuvo muy valiente, se paró delante y logró dominar al astado con buenas
series. Mató de una buena estocada, pero el descabello le privó del trofeo,
debiendo resignarse a una merecida vuelta al ruedo.
Antonio Bricio ha dejado grata impresión
entre los buenos aficionados por su valentía y conocimiento. El primero de su
lote se colaba por el pitón derecho desde que apareció por toriles. Por el izquierdo
aprendió rápido, creo que desde el capote pues los primeros lances fueron sobre pies, saliéndose de la suerte, permitiendo que el toro lo vea. Precauciones adoptadas seguramente por el peligroso juego de los dos primeros animales de la tarde. Abrevió.
Planteó con inteligencia la lidia al sexto, uno de los más peligrosos por su sosería y corto recorrido. Un toro mirón que se quedaba a medio pase y buscando. El quite por gaoneras fue lucido por la quietud y cercanía con las que lo practicó. En el tercio
final, toreó siempre cruzado para que no le viera, utilizando un poco
de pico de la muleta que en estos toros es recurso y no ventaja. El poco
recorrido de la res obligó a torear con medios pases, es decir citando con la
muleta a la altura del cuerpo, lo que implica mayor riesgo por la incertidumbre de este animal que desparramaba la vista.
Bricio estuvo
valiente y aguantó mucho. Con la técnica en sus manos cuajó uno por
uno los mejores muletazos de la tarde, sobre todo por el pitón derecho, embarcando y
templando al toro. No empalmó pases, los ligó, citando, parando y templando en
cada uno de ellos. Mató de una estocada caída y
recibió aplausos.
El público de Lima estuvo frió y
desconfiado con el azteca, quien expuso mucho para someter con
inteligencia al que cerró plaza. Fue el único que no se dejó coger esa tarde, a pesar de tener el lote más
complicado. Pienso que el público no reconoció su buena obra, probablemente
porque aún tenía latente el recuerdo de la opaca actuación de su compatriota Ignacio
Garibay en la feria del año anterior.
El próximo domingo 23 es una fecha histórica,
Cesar Jiménez líder del escalafón español y muy querido por nuestra afición, se
encerrará con 6 toros de la ganadería de Roberto Puga. Se espera un lleno hasta la
bandera. ¡Todos a Acho!
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